CON CAPACIDAD DE ENCAJE

ENTRE EL PERICARDIO Y LOS SESOS BUSCANDO SENTIDO COMÚN

jueves, 16 de febrero de 2012

COMO OTRA PUÑALADA

Permítanme la vanidad pero creo conocer bastante bien la figura de Baltasar Garzón. Dos libros sobre su vida y obra, más el seguimiento puntual de sus andanzas judiciales, me permiten tener la información suficiente para hablar desde el conocimiento y no desde el sectarismo, tan extendido entre la izquierda extraviada que nos habita.
Nadie con dos picogramos de frente pondría en duda las tardes gloriosas que el Juez Estrella brindó en faenas memorables donde los toros, de cornamenta indescriptible, parecían imposible de someter: su lucha contra ETA y contra su aparato logístico y económico; su lucha contra el narcotráfico, averiándoles, una y otra vez, la lavadora que utilizaban para blanquear su mierda; su determinación, aunque también le movieran vendetas políticas, para mandar al talego a “casi” todos los responsables del terrorismo de Estado que tanto me avergonzó; su insistencia en impedir que dictadores asesinos durmieran a pierna suelta... Nadie, con sentido común, lo pondría en duda.
Pero tampoco nadie, con memoria y con decencia, puede omitir que también hubo tardes en las que los almohadillazos caían desde el tendido al ver como otros toros, por no poner la muleta en su sitio, se iban hacia los corrales vivitos y coleando al sonar el tercer aviso.
Pero vayamos, como diría el dueño de Clearasil, al grano. El santo sacramento del Derecho de Defensa, que garantiza la justicia hasta para el más abyecto de los criminales, no se lo puede saltar, salvo en casos de terrorismo, ni Garzón, ni Fungairiño, ni Sergey Bubka. Como finalizaba la editorial de El País del 17 de octubre de 1995 sobre el requerimiento de Garzón para que se le entregaran los llamados papeles del CESID, sometidos a secreto oficial, sobre la bozofia de los GAL, “ningún fin, ni siquiera el de conocer toda la verdad sobre los GAL, justifica pasar por encima de los procedimientos. El principio de que no todo vale rige tanto en la lucha contra el terrorismo como en la investigación de los delitos cometidos a su amparo”. Amén, aunque huela a podrido, amén.
Si a este flagrante caso de prevaricación, sentenciado unánimemente por el TS después de que el Juez Mediático recusara a buen puñado de jueces, le unen ustedes la cantidad de cadáveres que Garzón dejó por el camino y que como The Walking Dead persiguen la sombra del magistrado allá por donde fuere, entre ellos Felipe González y sus acólitos de entonces, se dan todos los elementos para que la tormenta perfecta cayera, sin remisión, sobre el juez que ya no lo será. Y crean que me duele. Como otra puñalada. Y van mil.

miércoles, 1 de febrero de 2012

CAMARADA COMPAÑERO

Mi capacidad de asombro, al igual que la de ustedes, supongo, es como la puñetera crisis: insondable, elástica hasta los confines del universo y con más capacidad de aguante que Gorostiaga agarrada a las crines del caballo que en sus manos no pasó de percherón. Me explico.
Esta semana a la deriva, el que fuera Emperador de Madrid, don Hirohito Gallardón, se descolgó con una reforma del sistema Judicial necesaria, urgente para el restablecimiento democrático y tan valiente como imprescindible. Pero no es la reforma judicial lo que me ocupa. A unos les parecerá bien, a otros mal y el resto ni sabrá ni contestará. Habrá que esperar para conocer los detalles de la misma y cómo será su desarrollo vital. Lo que me ha conmovido, hasta el estupor, es escuchar o leer las reacciones de  ciertos dirigentes ¿progresistas? ante el anuncio del ministro Gallardón. Vamos con ello.
A las pocas horas del anuncio de la reforma una de las grandes esperanzas blancas del PSOE, Eduardo Madina, publicó en su Twitter el siguiente comentario: “Ruptura del PP del pacto por la justicia: El CGPJ ya no nacerá de la voluntad ciudadana en las urnas. Será puro corporativismo privado”. ¿Ruptura? ¿De qué? ¿Cómo se puede romper algo que está deshecho? ¿Cómo se le puede llamar ruptura a intentar devolver a la Justicia la credibilidad que perdió cuando Guerra sentenció que Montesquieu había fallecido bajo las botas de la partitocracia indecente que nos arrebató la representatividad ciudadana? ¿Cómo sentirse satisfecho cuando la Justicia depende más del juez que te toque en suerte que de la aplicación estricta de la Ley? ¿Cómo se puede creer en una Justicia previsible en función de si la mayoría del Tribunal es progresista o conservadora? Sigue diciendo este aspirante a bolchevique que “el CGPJ ya no nacerá de la voluntad ciudadana en las urnas”. Evidentemente camarada. Es lo que tiene la separación de poderes, que no se puede controlar todo, absolutamente todo, por el hecho de ganar en una rifa cada cuatro años. Una parte la designará, como manda la Constitución que ustedes han apaleado, el Congreso y el Senado, y el resto lo deberían decidir no sólo los jueces, sino que habría que extender la composición del CGPJ a otras ramas del ámbito judicial como secretarios judiciales, abogados y fiscales.
Y acaba el ínclito compañero afirmando que “será puro corporativismo privado”. Aquí, y para nuestra desgracia, el único corporativismo privado es el chiringuito que tienen ustedes montado y que encima les pagamos todos los ciudadanos. A los unos y a los otros. Esperemos que Montesquieu veintisiete años después, y al tercer día, resucite.