CON CAPACIDAD DE ENCAJE

ENTRE EL PERICARDIO Y LOS SESOS BUSCANDO SENTIDO COMÚN

sábado, 29 de octubre de 2011

CANTAMAÑANAS

CARTA ABIERTA A REVILLA

Señor Revilla, siempre fue usted un cantamañanas, antes y después de llegar a la presidencia de Cantabria; y, sobre todo, durante su mandato infame. Dos legislaturas tramposas, populistas e indecentes que han dejado a nuestra región, ya no en el vagón de cola de toda la cornisa cantábrica, sino fuera de los planes que señalan hasta 2030 y que nos relegan hasta el 2050. Ya no se oirá el chacachá del Ave revolotear entre las montañas y valles de la Tierruca; y que usted, por edad -aunque le deseo larga vida, pero alejado de la política a la que usted hace tanto daño- no verá. Y que yo, a pesar de mediar los cuarenta, veré, si es que lo veo, embutido en uno de esos pañales diseñados para retener las pérdidas de orina.
Ni los viajes en taxi a la Moncloa que lo parió; ni los sobaos ni quesadas que se cuajaron para su fama y egocentrismo; ni su apoyo a Zapatero en las anteriores elecciones generales que dieron como resultado la peor legislatura de la democracia española; ni el paripé absurdo en Monzón de Campos, al más puro estilo de los vendedores de crecepelo del antiguo y lejano oeste; ni las demagógicas declaraciones en las que afirma que ahora, más que nunca, nunca que más, necesita los votos que le coloquen en Madrid para seguir defendiendo los intereses de Cantabria ¿Quiere venir a Madrid? Venga, pero a ver el Rey León. Con un poco de suerte aprenderá lo que es el compromiso, la entrega, la seriedad, la defensa de intereses colectivos y la responsabilidad con aquellos a los que representa.
Porque aquí, en Madrid, todos se ríen de usted, y de paso, por extensión, de Cantabria. Aquí, en Madrid, le ven como un friki graciosete al que llevarían a las fiestas para que les anime el cotarro, pero al que nadie sentaría en una mesa a discutir de temas capitales para este país o para nuestra región. Venga a Madrid y traiga a Dolores Gorostiaga, y se van a Ferraz y se ponen los dos, en amor y compañía, de huelga de hambre frente al bastión socialista. Y si no tiene agallas para ésto, que no las tiene, váyanse los dos a ver el Rey León. O se trae usted a Marcano, que con ese verbo fluido y catedralicio y ese porte de galán venido a menos, triunfaría en Chueca y sus aledaños.
Y ahora se siente engañado y traicionado por Blanco, por Alí, por el PSOE, por el FBI y por la UNESCO.
Muchos se lo avisamos durante el trayecto y usted se rió de nosotros convencido de que seguiría en la poltrona. Pues aquí estamos, más o menos por donde dijimos que acabaríamos para desgracia de todos. Y usted quiere venir a Madrid a seguir defendiendo a Cantabria. Pues si quiere defender los intereses de Cantabria, golpéese en el pecho, entone el Mea Culpa y coja carretera de Polaciones. Cantamañanas.

domingo, 23 de octubre de 2011

LA CHICA DEL METRO

Suelo ir en metro a trabajar. Al alimón. Unos días utilizo el coche, los menos; pero habitualmente utilizo el metro. Salgo de mi casa madrileña, que está ubicada en el norte de la ciudad, concretamente en la calle Monasterio de Liébana -ya es casualidad acabar en una calle tan cántabra entre las miles que pueblan Madrid- y a unos doscientos metros tengo la parada del metro: Montecarmelo, de la línea 10. Me sumerjo en los sonido de mi Ipod, entre rieles, sudores, voceras, lectores que se mueven con su libro al ritmo del traqueteo del vagón y personas que parecen ausentes y que reaccionan de manera automática cuando llegan a la estación de destino, esperando llegar a la estación de Alonso Martínez, donde realizo un trasbordo a la línea 5 que me dejará en Chueca, a unos cien metros del teatro donde de martes a domingo me derramo en el escenario.
Hace unos días, caminando hacia el andén de la línea 5, subíamos en procesión silenciosa y ordenada por unas escaleras que no necesitas subir, de esas que se mueven solas, y donde una joven, a la que no vi la cara porque iba unos diez metros por delante de mí, casi vestida con una casi minifalda, utilizaba la mano derecha para arrimar la breve tela a su culo y privarnos así del paisaje que formaban el final de sus piernas y el principio de su tanga. Es lo que tienen las escaleras mecánicas, que vas por debajo mirando hacia arriba o vas por arriba mostrando tus vergüenzas a los que miran desde abajo. Y la escalera acabó y la mano derecha de la joven volvió a sus quehaceres mientras los ojos ávidos enfocaron a la dirección que debían seguir. Y me acordé de los socialistas. No sólo se han quedado con el culo al aire, sin prendas con las que taparse, sino que ahora nos acusan de tener la mirada sucia. Ahora somos el resto de los españoles, los que les señalamos con el dedo índice, los culpables de que ellos se hayan quedado en pelotas.
Pretenden, con la cara más dura que la Venus de Milo, que olvidemos sus strepteases, sus excesos, sus delirios y sus derroches y acusan a los que tienen que comprar abrigos para el duro invierno de recortar lo imprescindible para conseguir dinero para esas prendas que eviten que el frío invernal nos parta a todos el alma por donde más duele.
La chica del metro se tapó el culo, acabó el ascenso y siguió su camino sin reprochar a nadie las miradas que seguramente presentía sobre sus nalgas. Ellos, los socialistas, te enseñan el culo y cuando llegan al descansillo que anuncia el final de la escalera que les llevaba hacia arriba se giran y, desafiantes, te acusan de pervertido ¡Qué jeta, Dios mío, qué jeta! 

miércoles, 19 de octubre de 2011

LA TELA DE ARAÑA

Andaba con un amigo, un compañero del teatro, tomando unas cañitas después de la función que tocó hacer. Él es socialista, incluso llegó a estar afiliado al partido de la rosa y el puño: el puño para atizar y la rosa para endulzar la hostia. Y andaba cabizbajo, confundido, estupefacto. El motivo del bajón de sus biorritmos no era otro que las acusaciones de la supuesta corrupción del todavía ministro Blanco, cada vez más azul oscuro casi negro. Es que no se salva nadie, estamos rodeados, repetía como una letanía cansina y taladradora. Y lo que más le indignaba, más que la reunión en la gasolinera -estupidez suficiente para que este señor se exiliara a la isla de Santa Elena, o en su defecto a la isla de los Ratones-, más que los supuestos trescientos mil euros de mordida, más que el primo que actuaba como el primo de Zumosol, era, para alimento de su desesperación, la tela de araña que Blanco había tejido alrededor del Ministerio de Fomento y de todas las empresas que conforman su conglomerado. No se conoce una de esas empresas que no esté dirigida o presidida por amiguetes del “supuesto corruto”. Ésto le parecía más peligroso que rebañar pasta del arcón público. Y no le falta razón. Son demasiados los políticos que después de haber ganado unas elecciones -no les digo nada si lo hicieron con mayoría absoluta- manejan la administración como si fueran los dueños del cortijo y no sus administradores. Prescinde de cargos viejos, con independencia de los resultados que hayan obtenido, y los sustituyen por gente de su cuerda, por agradecimientos a los servicios prestados o por la cantidad de vaselina que son capaces de atizarse, sin rozar el rubor, cuando les ordenen que se bajen los pantalones.
Con este tipo de actuaciones, el contrapeso de poderes, imprescindible para la salud democrática, se desvanece como la “p” de “corruto” en los labios de Blanco. Si no eres del partido que gobierna, incluso si no eres de ningún partido, sabes que jamás podrás optar a ciertos cargos, por muy preparado que estés y por muy idóneo que seas para el puesto. Y eso si no eres como Agustín González, el ínclito alcalde de El Barco (Ávila), del Partido Popular, que entonces no enchufas a nadie. Para qué, pudiendo arramplar él sólito con todo. No le basta con la alcaldía, también es presidente de la diputación de Ávila, presidente de Caja Ávila, presidente de ASIDER -que gestiona los fondos europeos de la zona-, presidente de la mancomunidad de servicios de Barco y Piedrahita, presidente de la Fundación Cultural Santa Teresa y consejero del Banco Financiero de Ahorros.
Eso es lo que tejen: telas de araña, imposibles para los débiles, endebles para los poderosos.