Se les llena la boca hasta límites insospechados. Bocas grandes capaces de engullirse un mandril. Como las pitones, o como las boas. Y con esas tragaderas inmensas se aparecen delante de nosotros como si les hubiese elegido el pueblo, al unísono, en procesión de borricos y ramos. Y con esa suficiencia, digna de Carlomagno, invaden nuestros espacios y se erigen en los salvadores de la patria. Y con listas cerradas. Para que traguemos por todos aquellos que debiendo su futuro cargo, si es que pillan cacho, a los Mesías de turno y no a los ciudadanos, votemos en manada como necios a la cuadrilla que nos proponen. Papeletas del PP, papeletas del PSOE, papeletas sin posibilidad de tachones sobre los nombres de aquellos que no quisiéramos que nos representaran. Papeletas cerradas en una democracia estanco. Y de esta lista de poco listos habrá que salvar a los partidos políticos que llevan en sus alforjas la modificación de la Ley Electoral, que no son, casualmente, ni el PSOE ni el PP.
Veamos un caso reciente de lo que se ha llamado democracia interna de los partidos: las primarias madrileñas en el seno del Partido Socialista. El número de afiliados en el PSM es de 18.000 en un censo de más de 6 millones y medio de habitantes; es decir, estaban llamados al voto uno de cada 365 madrileños. Ridículo, ¿verdad? Pues así está la representatividad democrática del pueblo, en esos números anoréxicos ¿Invictus? Qué pena, si aún no has ganado a nadie.
Para más inri, una vez elegido al Mesías de turno, éste propone una lista con los nombres de su equipo. Lista que te guste o no, si eres afiliado o simpatizante, o simplemente tiendes hacia la izquierda, deberás tragarte tapándote la nariz para evitar arcadas. Listas cerradas, sin oxígeno.
Pongamos otro ejemplo de signo contrario: las listas del PP a la comunidad valenciana ¿Puedes, si eres simpatizante del PP, votar a tu partido y elegir si a alguno de esos imputados no lo quieres cerca de la caja del erario público? No, sencillamente no. Ésta es la libertad que tiene el pueblo para elegir a sus representantes, ninguna.
La modificación de la Ley Electoral, con elecciones directas de los cargos más importantes, a doble vuelta y con listas abiertas, no sólo activaría la presencia de la sociedad civil, la bella durmiente, en la vida política, sino que además haría descender el número de corruptos, al tener que someterse los candidatos a la valoración individual de los ciudadanos y no sólo a la disciplina del partido, que a menudo mira para otro lado sin los resultado a sus siglas van por buen camino. Tabaco no, democracia tampoco.