CON CAPACIDAD DE ENCAJE

ENTRE EL PERICARDIO Y LOS SESOS BUSCANDO SENTIDO COMÚN

domingo, 23 de enero de 2011

Ojo, censura

El anuncio de Ramón Jaúregui sobre la creación de un Consejo Estatal de Medios Audiovisuales con capacidad sancionadora, que debería abordar, a su juicio, contenidos que incorporan “valores devaluados de convivencia” y “climas de crispación y enfrentamientos”, es, como mínimo, para echarse a temblar.
¿Valores devaluados de convivencia? ¿Climas de crispación y enfrentamientos? Sin duda alguna el actual paradigma de la telebasura es Sálvame, con su abanderada Belén Esteban a la cabeza, y ellos sirven como parapeto para este absurdo Consejo censor. Como cuando Franco, sin medias tintas.
Hay leyes más que suficientes para proteger a los menores o para regular o sancionar contenidos sexistas, homófobos, racistas, etc. Miren señores censores, existe un código civil y/o penal que debe ser implacable con aquellos que pasen la línea de lo legislado, y no estoy dispuesto a que siete señores, que ustedes colocarán con la vitola de independientes, nos digan cuáles son los valores devaluados de la convivencia o quién crea climas de crispación y enfrentamientos. Quien devalúa los valores de la convivencia son, por ejemplo, Artur Mas y el señor Montilla cuando declaran que se van a pasar por el forro de su abrigo polar la sentencia del Tribunal Supremo sobre el español. Quien enfrenta a unos con otros son, por ejemplo, los dirigentes andaluces que afirman que se liarán un canuto con la sentencia del Tribunal Superior de Andalucía sobre el caso del señor Chávez y la subvención, de diez millones de euros, a la empresa donde trabaja su hija del alma. Quien crispa a la ciudadanía son, por ejemplo, todos aquellos que han dilapidado el dinero de los cántabros y ahora son incapaces de hacer llegar las subvenciones concedidas, por crear empleo, a las pequeñas y medianas empresa de Cantabria, porque la caja está más vacía que las palabras de Revilla y que la moral de Gorostiaga.
Y cuando acaben con Sálvame y con Belén Esteban, y con aquella que se benefició al hermano de un torero que se lío con la hija de una cantante de copla, espadas y bastos, ese Consejo seguirá velando por la convivencia, la crispación y el enfrentamiento.
Es que en Alemania, en Francia y en Inglaterra existen, nos dicen a boca repleta. Ya, pero esto es España. Ya quisiéramos los españoles tener una justicia como la británica, unos Consejos neutrales como los franceses y una economía como la alemana.
Este Consejo, con olor a nazismo o stalinismo, se quiere crear hoy para tener influencia cuando ya no gobiernen.
Por cierto, estoy seguro de que con ese Consejo me hubiesen censurado este artículo.

miércoles, 19 de enero de 2011

El dramaturgo francés

No hace mucho tiempo, tomando un café con un dramaturgo gabacho, aquí, en los Madriles, no sé cuándo ni cómo, ocupó nuestro tiempo el tema Zapatero y la soledad de muchos que, habiendo siempre caminado bajo la bandera del progresismo -que no de los progres de nuevo cuño-, se sienten perdidos, abandonados y, en algunos casos, traicionados y pisoteados en su espina dorsal. Y el gabacho, socialista de toda la vida, nos contó, entre sorbos cafeteros y bocanadas de humo de tabaco negro -entonces se podía fumar en algunos bares y restaurantes-, que cuando llegó el momento de decidir su voto, en el año 2007, entre la socialista francesa, Sègoléne Royal, y el conservador galo, el calzas Nicolás Sarkosy, lo tuvo más claro que el futuro de Rajoy: votó, sin el menor desasosiego emocional, al marido de la Bruni.
Extrañado, le pregunté que cómo había tenido las tragaderas de abandonar sus ideales apoyando al de las calzas. Se encendió un ducados, entonces se podía, pidió otro café olé y con la gravedad pintoresca de un director de teatro me clavó sus ojos verdes, me perdonó la vida, y me dijo: “Antes que socialista, comunista, o todo lo que acabe en ista, soy francés. Entonces creí, aún lo sigo haciendo hoy con más convencimiento si cabe, que mi país, en esos días de tambores de guerra económica y de ideales difuminados, necesitaba alguien como Sarkozy. Ya sé que aquí, en España, me hubieran señalado con el dedo acusador y me hubiesen colgado el cartel de Ojo, traidor a la causa, fascista en ciernes. Aquí, en España, necesitáis sentir que la tierra tiembla bajo vuestros pies para daros cuenta de que todo se puede derrumbar. Entonces, algunos, podéis cambiar el voto, y lo haréis, muy a pesar vuestro, con un sentimiento de fracaso que os hará sentir más viejos, con menos fuerza, derrumbados. Porque aquí, en España, la política es visceral, no cerebral. Os encanta convertir las opciones políticas en estigmas. Fíjate en esta paradoja: se necesita una buena gestión económica –casi siempre llevada a cabo por la derecha- para que la economía crezca, se cree empleo, haya superávit en la caja del Estado y ese excedente de dinero se utilice para avanzar en las políticas sociales –llevadas a cabo, de forma mayoritaria, por la izquierda-. En Francia cambiamos de gobierno, en España cambias de vida”.
Sólo le escuché. Extendí la mano derecha y le cogí prestado el mechero, que descansaba encima de la cajetilla de Ducados. Prendí mi cigarrillo y no tuve que mirar si a mi espalda andaba al acecho la Gestapo. Aún dudo de si me habló el dramaturgo o me sermoneó el francés.

Vaselina

Cada lunes en mi apartamento de Madrid, al sonido de la alarma del despertador de mi móvil, me levanto de la cama con la alegría que da saber que en unas horas, a bordo de un avión que saldrá desde Barajas a la hora que se le ponga de los reactores, vuelvo a Santander, a casa. Ducha de rigor, análisis cotidiano y siempre deprimente delante del espejo, elección de ropa, relleno para la maleta, mi maleta, hacer la cama, revisar que todo está como debe de estar, coger las llaves que siempre me aguardan en la cerradura de la puerta, como un perro pidiendo paseo, vistazo atrás, cerrar, acercarme a la cafetería Monte Nevado, mi cafetería madrileña, dos cortados y una tostada, y un cigarrillo, metro en Chueca hasta la T4 con dos trasbordos, calvario oficial de entrada en el aeropuerto, espera, y coger el avión. Más o menos este es el ritual que cada lunes realizo cadenciosamente en mis viajes repetidos. Pero el lunes día 20, dos llamadas telefónicas rompieron la ceremonia y tuve que prescindir, por falta de tiempo, del desayuno y el consiguiente cigarrillo, el primero del día. No hay problema, pensé, llegaré al aeropuerto y aún me dará tiempo para tomarme seis cortados, comerme nueve tostadas y fumarme quince cigarros en la jaula para fumadores antes de que despegue el avión, como casi siempre. Al llegar al aeropuerto las ganas de fumar apretaban, debe ser que el tabaco engancha, y una vez pasado el control de acceso me dirigí hacia uno de esos cubículos para fumadores. Un ataque de ira, al comprobar que los reductos para chimeneas humanas habían desaparecido doce días antes de que entrara en vigor la nueva ley antitabaco, convirtió mi mono en un gorila de lomo plateado. Fue como cuando se te cae al suelo el último pedazo, el del currusco, del bocadillo más suculento. No lo dudé un momento. Tomé el cortado y desafiando la ley me dirigí al servicio de caballeros a encerrarme en uno de esos habitáculos con retrete. Allí podría cruzar la línea, sentirme como un delincuente, y darle rienda suelta a mi adicción. La sorpresa fue mayúscula. Cuando abrí la puerta de acceso a los servicios, una bofetada de humo, preñada de alquitrán y nicotina, me golpeo en la cara. Todas las estancias individuales del servicio de caballeros estaban ocupadas y una neblina gris perla cubría el techo del wáter. A partir de hoy, 2 de enero, una buena cantidad de españoles pasarán a engordar la lista de delincuentes. ¿Existía algún problema entre fumadores y no fumadores, por ejemplo, en el aeropuerto? Evidentemente no. Si quieren que este año sea más llevadero, compren vaselina y dejen de fumar. Yo compraré vaselina.